No entiendo mi organismo. Me la vivo prácticamente como un reptil bajo el sol durante todo el día, y vaya que ha hecho algo de calor estos días. Me despierto, o también podría decir: abro los ojos, salgo de mi cama, meo, prendo la computadora y bajo a desayunar.
Normalmente un litro de café preparado en prensa francesa porque, nomás porque sí… un sándwich con queso, chingos de queso y jamón, con chiles porfavor.
Subo, veo mis pendientes, medio los hago, y así paso normalmente unas 10 o 12 horas, como una planta humana sudorosa sembrada en una silla con ruedas que de pronto uso como un giroscopio para evitar el aburrimiento que es tener tantísimas cosas que hacer, y procrastinar hasta que llega esa hora infernal: la noche.
Me acuesto jodido, dolido de la espalda. Maldita mediana edad, sabía que me iba a tomar por los huevos un día de estos, pero ¿Porqué así? Porqué con un dolor interminable de espalda… ¿Porqué no con demencia senil? ¡Qué demencia senil ni que la chingada! Porqué no intentó cogerme en medio de una de esas fiestas imparables en donde había un desfile exagerado de sustancias ilícitas, ron y risas… No, tuvo que ser así, con un dolor de espalda.
En fin, una vez que termino de hacerme este tipo de preguntas en donde la respuesta siempre es “güey, ¿Qué más quieres? La vida cobra sus facturas”, se mete en mí este pequeño monstruo que lleva todo el día jodiendo para que me decida a dormir de una vez por todas.
Este gandalla que tiene la maña de tambalearse todo el día por mi cabeza diciéndome que ya es tarde, que es hora de dormir, que estoy cansado y cuanto pretexto se les ocurra para mandarme a la lona para no despertar más, hasta el día siguiente.
Lo más jodido del asunto, es que este tipo me asecha todo el tiempo, y espera justo el momento en el que ya está todo en calma, a oscuras, yo acostado… y entonces se manifiesta con la grandísima idea de que ya había cambiado de opinión. Que no estamos preparados para dormir, no todavía, porque ese es el momento más oportuno para comenzar a divagar sobre temas como:
- Calentamiento global
- Tareas que hay que hacer para mañana
- ¿Acaso ya pagamos la tarjeta? ¡Es tiempo de revisarlo ahora, cabrón! Anda, enciende el teléfono y asegúrate de que lo hiciste, no queremos que nos estén chingando <más> con llamadas ilimitadas de cobranza.
- ¡Mira! Una notificación de Instagram. ¡Wey tienes que abrirla! ni sueño tienes… ¡Qué¡ ¿Ya salió una nueva temporada de Diablo Guardián? ¡Weeeeeeey! Tenemos que ver un capítulo aunque sea… ¿Qué pedo con Paulina Gaitán? Está buenísima.
Y así hasta que dan las 4 de la madrugada, y no me queda más remedio que arrastrarme una vez más al escritorio para empezar con la rutina de soltar unas cuantas frases rotas sobre temas al azar que me dominen en ese momento.
Hacer una pausa, tomar una cápsula más de melatonina, que por cierto no hizo efecto; acostarme y estar lo suficientemente agotado para que al fin pueda dormir aunque sea un rato.
En un mundo donde el insomnio manda, la noche es fiesta.
Mensajeándome con una amiga como a las 2 de la madrugada, me comentaba que uno de sus pasatiempos favoritos a esa hora—porque no era el único tipo con insomnio—era mandar mensajes al azar, había sido yo el elegido de la madrugada.
Me comentó que no esperaba una respuesta, que en realidad no espera nunca una respuesta de nadie – okay ya estoy pensando que tal vez seamos los únicos 2 tipos que sufren de insomnio en el mundo—que en realidad es parte de un juego extraño que hace para saber la hora exacta en la que mandó su último mensaje por el celular antes de dormir; y que comúnmente, cuando despierta, se encuentra con una respuesta en horarios matutinos que la ayudan a hacer un conteo del número aproximado de horas que durmió la noche anterior… ella normalmente responde evasivamente con un “No, ya nada, todo ok. ¡Saludos!”
¡Qué tipa más rara!, le dije mientras reía a carcajadas contestándole un épico “jajajajajaja”—vaya que se merecía tantos “ja’s”, la pobre diabla– ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Honestamente si lo piensas, o si estás en este club de zombis que no pueden dormir para nada bien por culpa del monstruo que les conté hace rato, es una gran idea porque de verdad, cuando estás en este estado, no tienes ni la más mínima idea de quién eres, qué haces en ese momento, qué piensas, que dices o qué escribes – como ahora mismo pasa conmigo, y no, no les voy a pasar el teléfono de mi amiga—simplemente te conviertes en un humanoide noctámbulo que se dedica a orinar, hacer mucho ruido, y pocas cosas.
Pero como todo en esta vida, llega el momento clave del insomnio, y es cuando ya estás hasta la madre de no poderte dormir, ahora sí tu cuerpo está rotundamente agotado. La cama, cuando es verano, y particularmente si sudas como un cerdo igual que yo, parece una alberca, pero quitándole todo lo placentero que gira en torno a ella… ¡Un verdadero martirio!
Te debates entre la vida o la muerte con la pesadilla de haber hecho ya de todo para lograr dormir, y nada, simplemente es tiempo de seguir dándote unas 20 vueltas más por la cama, cambiarla de lado, dormir al revés, intentar dormir en el tapete de yoga, buscar más opciones, como intentar ahora arrancarte la piel, pues no queda otra cosa más que quitarte, pensar en comprar una de esas neveras enormes para meterte en ella y morirte congelado.
No sé, hacer el último esfuerzo por ganarle esta batalla al parásito que se te instaló de pronto un día en tu cabeza con la grandísima idea de que no era suficiente haber estado todo el día despierto, que también tocaba seguir así por la noche hasta que se le diera la gana.
Que se aburriera por completo de ti y tus absurdos intentos para dormir, y no tener más remedio que simplemente apagarte y hacerte creer que le habías ganado… Pero te espera al día siguiente para el segundo round.